Las religiones monoteístas se articularon de un modo u otro en torno a la guerra santa, movilizando desde entonces ejércitos y librando campañas de conquista. San Agustín (354-430), principal teólogo de la iglesia cristina primitiva, desarrolló la idea de la guerra justa en la lucha contra el pecado. Según él, la guerra era tanto la consecuencia de pecado como su cura, no sólo era una acción justificada de legítima defensa, sino un acto moral beneficioso para el soldado que combatía por su causa. El papa Gregorio I (590-604) ya exhortó a sus fieles para que actuaran como “soldados del Señor” para combatir la herejía arriana.
